Daniel Mora


      Plástico. Músico. Escritor. Nació en el barrio de Constitución de la actual Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el 4 de Diciembre de 1967. Desde siempre reside en Los Polvorines, localidad del partido de Malvinas Argentinas (municipio situado al noroeste del Conurbano Bonaerense) en donde se desempeña como docente en la Dirección de Cultura y Educación.

     Durante 1996 asiste al taller literario del dramaturgo Humberto Rivas. Algunos de sus poemas comienzan a ser publicados en diferentes revistas literarias locales, hasta que decide participar en concursos literarios.

     Es premiado con Mención de Honor, en el VIII Concurso Capitalino y Provincial de Poesía y Cuento Urbano y Suburbano 2003, Editorial Baobab Argentina (auspiciado por la Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Buenos Aires y Declarado de Interés Provincial por la Dirección General de Cultura y Educación) por su cuento “Collàge instructivo”.

      En 2008 es seleccionado para integrar la antología poética “Verso a verso” de Editorial Dunken. Desde el año 2005 integra el Círculo Literario PeAZeta de Creadores Argentinos, participando en diversas antologías de poesía: El color de los días (2005), Bajo la mirada del cielo (2006), Interrogantes (2007), Convivir (2008), La llama incierta (2009) y Albores y ocasos (2009); y de narrativa: Signos y evidencias (2005), Sin antifaz (2006), La nieve puede caer en primavera (2006), Emociones (2007), Vivencias ocultas (2008) y Tatuajes del alma (2009).

     En 2010 publica su primer libro de poemas “Pan interior” (Premio “Virtud literaria”  otorgado por la Editorial Creadores Argentinos).

     En 2015 recibe el Primer Premio (en la categoría cuento corto) otorgado por la revista literaria “Guka” (y con el auspicio de la Biblioteca Nacional) por su obra “Últimas palabras de Mariano”.

     En 2016 es seleccionado por la Editorial Dunken para integrar la antología poética “Dualidades de la vida y el amor”.    

     Actualmente se encuentra trabajando en lo que será su segundo libro de poesía: una edición limitada y artesanal con formato de Libro de Artista.                                                            



Collàge instructivo:


Había descubierto que ya no tenía miedo.  En realidad no estaba seguro si le quedaba algún tipo de sensibilidad, al menos física. No sabía si sus pantalones (lo que quedaba de ellos) estaban mojados por su orín o su sangre.  Pero esas humedades le hacían atrapar momentáneamente el frágil concepto de tiempo. Sábado, Agosto, 1977, 8 p.m., así había sido en otras épocas (no recordaba en cuáles), y se le antojaba especular que los seres preliminares al hombre primitivo medirían los instantes de sus días, acaso, a través de la cantidad de veces que orinaban.  

En los últimos cien años, un mayor conocimiento de la evolución ha mostrado muy claramente como el hombre está ligado al reino animal, y algunos han llegado a pensar que el ser humano es simplemente una especie de superprimate, el más inteligente de los animales, pero nada más que eso. Ahora bien ¿es esto así? ¿No existe realmente una

diferencia esencial entre el hombre y los animales?. Esa hipótesis que acababa de ocurrírsele milagrosamente, le causó una gracia tan fugaz como vacía, al verse comparado con aquéllos pseudo-humanos que acababa de imaginar.  Y acaso su situación, corporal al menos, era muchísimo más precaria que las de sus seres imaginados.  Su cuerpo era un conjunto gomoso de carnes y tendones revueltos. El trastorno del sueño es un signo patológico que puede deberse a muchas causas fundamentales. Por ello, todo trastorno del sueño exige un diagnóstico minucioso. De todos modos, el insomnio en la inmensa mayoría de los casos no se debe a una enfermedad determinada: hay un amplio espectro de causas posibles. Además, el trastorno del sueño es uno de los síntomas más frecuentes en las reacciones vivenciales anormales.  Era tarde y no podía dormirse. Sabía que sus amigos lo estarían esperando en el lugar de siempre. Miró a su madre y a cada uno de sus hermanos.  Todo parecía estar como de costumbre.  Buscó sus zapatillas tanteando debajo de la cama y se las puso de la manera en que se hacen las cosas rutinarias por primera vez.  Un reflector gigante en forma de luna le mostraba débilmente, el sendero que lo llevaría, como todas las noches,  a internarse entre los matorrales, bordeando las montañas de basura hasta llegar a la orilla del río y su amarronada calma. El Río de la Plata o estuario del Plata se forma por la unión del Paraná y Uruguay hasta una línea imaginaria que une la Punta Rasa del Cabo de San Antonio y Punta del Este. Tiene una longitud de 275 kilómetros, una superficie de 35.000 kilómetros cuadrados y un ancho que varía desde los 40 kilómetros a los 200 kilómetros en los puntos extremos de su desembocadura.  Paradójicamente sintió una alegría casi demencial al escuchar los portazos y los insultos a viva voz que retumbaban en el pasillo, cada vez más cerca suyo.  Sabía lo que le esperaba de un momento a otro. Sin embargo, el contacto con una mano humana, o el contacto con unos nudillos, para ser más precisos, sobre su rostro, le recordaba algo familiar, algo cotidiano, que, ya lo había experimentado una vez, extrañaba si no se repetía, implacable, como un ritual cíclico.  El único día  (¿o esos sucesos transcurrían de noche?) que no recibió los golpes acostumbrados, soñó que tenía la cara lisa.  Su cabeza era como una especie de huevo sin ningún tipo de hendidura o protuberancia.  Estaba completamente sordo, pues no tenía orejas a los costados de su rostro.  Estaba ciego pues no tenía ojos.  Y estaba mudo, su boca no existía, ya que por alguna razón se había diluido para siempre.  La idea de un rostro sin concavidades ni convexidades lo aterró, y desde ese momento se aventuró a pensar que, aunque fuera de una manera violenta, su cara debía modelarse nuevamente, rememorando sus antiguas facciones; o cabría también  poseer un rostro distinto, ya que él tampoco era el mismo desde que se encontraba allí.  Todo parecía encontrarse en un remolino de tiempo giratorio.  Su casa de chapas y cartón estaba perdida ya en el estómago de la noche.  Escuchó los silbidos en clave de sus cómplices nocturnos y se dirigió hacia ellos.  Sus siluetas negras se iban achicando en el horizonte de pasto, mientras se agrandaban sus corazones bombeando una ansiosa mezcla de miedo y curiosidad no satisfecha.  Se quedaron quietos, casi sin respirar, por un tiempo que pareció no tener fin. Unas sincopadas ráfagas de viento los hacían inclinarse un poco y estremecerse.  Alguien tosió y de inmediato se escuchó un golpe seco y un grito ahogado. Les habían dicho que los trasladarían al sur, pero la intuición les decía otra cosa.  Fokker... Pananoval... La madre ya lo había salido a buscar al no encontrarlo en su cama. No había hecho ni quince metros, cuando lo vio entrar corriendo por atrás de la casa.  ¿De dónde venís llegando a estas horas? - le gritó interceptándolo en la cocina, mientras le tironeaba ferozmente una de las orejas.  ¡Los hombres que vuelan!, ¡Los hombres que vuelan! - decía el niño llorando y tapándose la cara, preparándose a la seguidilla de sopapos que iban detrás de los tirones de oreja o de pelo.  ¡Mentiroso! - gruñía la joven madre- Te voy a enseñar a vos, mocoso, a andar a estas horas cerca del río y hacerme preocupar así!.  ¡Los vi otra vez! - balbuceaba el chico entre llantos y mocos. Un último cachetazo lo hizo callar.  Otro producto engendrado por la imaginación  es la "mentira", tan frecuente en los niños. Pero hay que distinguir previamente entre la "mentira consciente" y la "mentira inconsciente". Por mentira consciente debemos entender la afirmación de algo sabiendo perfectamente que no es verdad lo que se dice. La mentira inconsciente es la mentira involuntaria, en que la falta de veracidad se produce por una excesiva actividad de la imaginación, que abulta, que agranda, altera, adorna o deforma los hechos. Esta es, por lo general, la mentira infantil. Se acostó en silencio y después de oír las protestas de su estómago, trató de abandonarse a su propio peso, no ofrecer algún tipo de resistencia, ni material ni espiritual. Oía cierto ruido, como de motores lejanos, que lo ayudaron a relajarse y no pensar.  Cierta postura que adoptó y una tibieza a su alrededor, le hizo imaginar a su cuerpo que se encontraba en el útero materno, a salvo de cualquier interferencia externa que pudiera modificar su actual bienestar.  Fue abandonándose a esa grata sensación.  Es indudable que nuestros ensueños se componen de imágenes almacenadas en la mente y que se combinan como cualquier otro producto de la imaginación. En el ensueño, el ser humano, por lo general, realiza todos aquellos deseos reprimidos y que no puede ejecutar en la realidad.  Se despertó sobresaltado.  Tenía los pantalones (lo que quedaba de ellos) mojados.  Escuchó pasos que se acercaban. "Me van a volver a pegar" -pensó- pero no le importó. Había descubierto que ya no tenía miedo. 



CADA VEZ QUE RELEO CIERTA NARRACIÓN DE CORTÁZAR:

Cada vez que releo cierta narración de Cortázar sucede algo extraño con Ovidio, mi perro grandanés, grandote ciertamente. Me ve mirar el libro amarillo y gris (lo dejo a mano, en la mesita ratona) y su comportamiento se distorsiona hasta desconocerlo totalmente diría, si no fuera que su accionar reiterado hace que en realidad ya no sienta alarma alguna, sólo malhumor y enardecimiento si se pone muy molesto Muchas veces tuve que llegar al extremo de darle una tunda al muy perro, alterándome el remordimiento después (no me gustan los maltratos de ningún tipo, hacia nadie).

     Hace las cosas que hacen la mayoría de los perros: me lame, juguetea conmigo, se deja acariciar, rompe algunas cosas de la casa, come y bebe mucho, mea en las ruedas de los automóviles, corre a los pájaros que bajan al patio, y ladra. Pero cuando me siento en el sofá del living y amago nada más a tomar ese libro... (sólo con ese libro sucede).

     Comenté a varios amigos este extraño comportamiento de Ovidio, pero las charlas se desvían hacia ciertas experiencias de un tal Pavlov, o no se que experimentos de Squinner con unas ratitas.

     Pero Ovidio no es malo. No. Escucha atentamente mis penurias para ir al baño cuando ingiero muchos lácteos o las discusiones que mantengo en el trabajo con el jefe de piso.

      

     Primero entra a dar vueltas tirado en el piso. Y se agazapa, como si se preparara a cazarme. Hace unos llorisqueos muy graciosos, y me observa. Me observa todo el tiempo tumbado como un soldado. Por ahí, sale corriendo como loco hasta un lugar de la casa, para volver a la carrera y clavarse de golpe delante de mí. ¿Cuál será su advertencia? -pienso en ese momento. A veces hace como si escarbara en el piso y baja y sube la cabeza, como uno de esos bravos toros españoles.

     Por supuesto que estas observaciones las hago con el libro en la mano, mirándolo fijamente a los ojos. En cuanto trato de ignorarlo y concentrarme en la lectura comienza lo peor. Me muerde (no muy fuerte) en los tobillos. Salta sobre mis rodillas y se me tira encima, babeándome por completo. No me da tiempo a reaccionar casi, ya estamos forcejeando sobre el sillón como luchadores en un circo romano. Se aleja, toma envión y me embiste con mucho más ímpetu, el muy ruin. Me hace caer al piso y estoy más inofensivo que nunca. Ladra y me aturde. Me confundo. Lucho, lucho y no puedo sacármelo de encima ¿qué es lo que se propone?. Rodamos una y otra vez sobre la cerámica fría y marrón. La contienda se hace eterna y mis fuerzas van decayendo, no así mi cansancio que crece enormemente y parejo. Se rompen jarrones y adornos a nuestro lado, nos llenamos de polvo y volvemos a rodar por enésima vez, como en un interminable vals horizontal. Lo muerdo, me pega en la cabeza. Lo araño, me saca las patas de encima. Se llena de pelos, me lleno de su olor a transpiración. Nos agotamos, seguimos rodando, putea. Hasta que al fin logra neutralizarme. Se lo nota muy enojado, sus ropas totalmente desarregladas. Me pega varias veces en el hocico y me lleva al fondo del patio y me ata. Lo miro tristemente. Él es muy bueno conmigo, ¡pero a veces se comporta de una manera tan extraña!. Sobre todo cada vez que se arrima a la mesita del living y toma ese libro que tiene

siempre a mano.

                                                                                                                         
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