Blanca Paz


EPIFANÍA

                       El destino es algo que se debe mirar volviéndose hacia atrás, no algo que deba saberse de antemano.
                                          Haruki Murakami.

    Tal vez sean los recuerdos los que llegan a nosotros señalarnos el destino. El o ese destino que construimos con el tiempo, sin saber y le da trascendencia a nuestra vida y a la historia.
                                                                                                   B.P.

               

 En tiempos de pandemia el azar también sucede.

Transcurrieron más de cuarenta años, nunca había pasado por allí.
Ocurrió después de un 24 de marzo, en una fría noche de julio, de un invierno feroz del año 1976 en un barrio humilde de J. C. Paz...
En aquellos tiempos alguna carreta de botellero, pasó durante la última tempestad, así  marcado en el barro de la calle, sus más profundas huellas.
En una modesta casa, tres jóvenes entre risas animadas, programaban el próximo día en busca de empleo. Una planchaba con esmero su pantalón, con una doble hoja de periódico a modo de paño, manera que había aprendido de una hábil vecina. Las páginas del mismo destacaban la noticia del importante allanamiento realizado en San Fernando para desbaratar una célula subversiva de suma peligrosidad. Mientras tanto Carmen amoldaba unos atractivos zapatos de tacones marrones, con una pequeña plataforma con el fin de adaptarlos a sus pies. Alicia corregía el dobladillo de una pollera negra, con la cual presentarse de manera adecuada, a la entrevista laboral.
El televisor atrapaba la infantil atención en una aventura de dibujos animados. Luego de un día de labor incesante y agotadora, los padres descansaban.
Repentinamente un golpe seco, sonó como un trueno, derrumbó la puerta irrumpió en la vivienda un grupo de hombres con pasamontañas, armados hasta los dientes, con distintos fusiles de guerra, invadieron el lugar.
Brutales, amenazadores.
Rostros apacibles se transfiguraron en pavor y asombro.
Un niño aterrado.
Unos padres desorientados y el desconcierto embargó el lugar.
Desvalijaron lo que pudieron.
Amarraron a las jóvenes, las encapucharon, llevándolas a un destino desconocido.
El secuestro y la posterior ausencia de toda información sobre el paradero de las mismas, pasó a convertirse en un método generalizado de detención de personas “por razones de seguridad nacional”.
Más tarde llegaron los hechos imborrables.
Con violencia las arramblan hasta unos vehículos que esperaban en la calle, las arrojan de un tirón en el asiento trasero entre insultos y amenazas. Recorrieron un largo trayecto insondable, aterrador.
Se detuvieron.
A lo lejos... los perros ladraron.
A rastras las desplazan por un trecho de pastizal tupido, hasta ingresar a un edificio donde percibí una considerable amplitud.
De inmediato, a una le tocó parar a una mesa donde inmovilizada fue golpeada brutalmente para el interrogatorio.
— ¡Hablá, hija de puta! ¡¡¡Hablá!!! ¿¡Cuál es tu nombre de guerra!? ¡¡¡Hablá!!!
El topetazo contundente con la cachiporra sobre la cabeza la aturdió.
— No sé, no tengo ninguno —
¡Ah! No querés hablar, ¡¡¡hija de puta!!! Ahora vas a querer...
El porrazo nuevamente retumbó en su cabeza. Una y otra vez. continuamente…Y otra... Se van sucediendo con fiereza casi interminable, insoportable.
— ¿Qué quieren saber? — ¡Por favor! Hagan preguntas concretas, no sé qué quieren saber...
Una angustia feroz le cerró la garganta como si una piedra se le hubiera atascado y ya no pudo decir más.
— Traerla acá. — ordenó otro, con autoridad.
La incorporaron sacándole la capucha llevándola a otra habitación absolutamente oscura.
De pronto un reflector se centró en su rostro con un fulgor cegador.
— Leé, leé lo que escribiste, traducilo.
Una carta inocente, familiar que la joven había escrito a su hermano detenido por razones políticas, con algunas líneas en el idioma heredado, incrementó la sospecha, mientras leía temblaba cada palabra del papel y su voz.
Leyó y tradujo todo.
El interlocutor como un espectro escuchaba en silencio detrás de la incandescente luz, entre la penumbra lúgubre y tenebrosa.
Otra orden, y a los empujones la trasladaron arrastrándola a otro espacio, atravesó la intemperie, cayó arrojada a un cuarto alejado del primer lugar, distante unos metros, pero cercano.
Las otras jóvenes heridas están allí aterradas y doloridas por las torturas que habían sufrido entre golpes y picanas en todo el cuerpo.
Un lechuza chirrió en el absoluto silencio.
El frío    entumecía hasta los sentidos. Era pleno mes de julio, invierno implacable como la situación del país, tomado por un poder militar.
Un grupo de tres acataba las órdenes de otro que comandaba el operativo. Decidió sacarnos las capuchas que cubrían nuestros rostros.
Estábamos en una penumbra que obnubilaba todo. Las preguntas iban dirigidas a cada una de nosotras.
—  A ver vos...
— ¿Quién es Joaquín?*1
—  No sé...
— ¿Dónde está tu hermano? —
— No lo sé. — Tenemos sed, queremos agua.
—Ahora no podés,*2   después que hables. Más tarde.
— ¡Ahora habla! -Hija de puta. ¡Si no hablas te vamos a reventar! ¡Vas a ser boleta!
    ¡Pero Cacho!*  Interpeló otro, con ironía.
— No la trates así... ¿no te das cuenta que no sabe nada?
— Pero es verdad, no sabe nada — Respondió una de ellas...
— Nosotras no somos de ningún partido político, no sabemos nada.
— ¡¡¡Vos te callás!!!
— ¿Y esta otra que no habla? — Seguro que sabe algo. Las calladitas son las más inteligentes... ¿No es cierto? —
Un escalofrío     helado recorrió su cuerpo, el miedo le había ahogado la voz y se transformó en afasia.
El chirrido estridente de una lechuza atravesó la profunda oscuridad; marca así la ineludible tenebrosidad de la noche, que reclamó su retirada.
Era muy tarde. Enfurecidos decidieron marchase, prometieron volver, dándonos la certeza de que la tarea no había concluido.
El tiempo transcurrió...
El gélido clima nos había adormecido hasta los sentidos y sucumbió al guarda que vigilaba. Como cualquier mortal también sentía la dureza del frío   . Entonces se le ocurrió encender una fogata en el mismo cuarto, con unas maderas que quedaban de algún rezago o desperdicio. Algunas tenían resto de pintura, por lo tanto, de su combustión emanó un gas tóxico, asfixiante. La atmósfera se volvió insoportable. mientras el letargo se acentuaba tremendo, lleno de estupor.
La bocina de un tren sacudió la atmósfera y rompió el hondo silencio.
Horas de sigilo expectante transcurrieron.
La luz que se vislumbraba nos indicó que había amanecido, llegaba un nuevo día; atrás la fatal noche transcurrida. Del fuego sólo quedaban cenizas. Aún se percibía el gas de monóxido de carbono que nos intoxicara lentamente.
Mientras tanto llegaba un nuevo día impredecible.
La noche había muerto, y con ella nuestras esperanzas. faltaban tres jóvenes de sus hogares. ¿Por qué? ¿Quién sabía dónde estaban?
Retumbaron duros pasos, irrupción de la quietud. Voces altas, daban gritos, discutían estrategias, que orientaban las decisiones y acciones dentro de una organización para alcanzar los objetivos preestablecidos.
Desafortunadas, decidían nuestro destino.
El interrogatorio de inteligencia mediante la tortura, no había dado los resultados esperados.
El miedo se apoderó de nosotras.
El tiempo corría... inexorable...
Volvieron con renovada violencia.
—¿¡Estas no saben nada!?
—¡¡¡Ajustá el método!!!
—A ver, vení vos.
De golpe le colocaron la capucha.
La tomaron con fuerza arrancándole la ropa de manera brutal, atávica. humillada su desnudez y su dignidad. Avergonzada fue atada con cables de manos y pies en un camastro. Sintió el roce suave sobre la piel que la estremeció y luego la descarga brutal que la agitó salvajemente. Como un animal herido, se estremeció, tiritó y tembló como una hoja.
En vano imploró socorro.
El silencio de Dios era estremecedor.
Mientras tanto uno junto a otro con sotana sé acercó a sus senos, estrujó su pezón con rabia. De retirada tomó su vello púbico y lo arrancó con desprecio, de manera brutal.
— ¡¡¡Vamos!!! Exclamó la voz clerical.
Ahogó su dolor con un sordo quejido humano, casi animal.
Decidieron retirarse.
El disgusto se manifestó con un fuerte portazo.
Se marcharon dejándola con los ojos vendados y desnuda durante horas....
El tiempo se deslizaba lentamente mientras la humillación se acrecentó y finalmente entró uno que con desdén tiró un trapo, como sobre un animal herido, asustado tiritaba de frío.
Los días siguientes continuaron con el mismo método salvaje y cruel.
De vez en cuando llegaba, según el horario, un mate cocido hirvido o una olla de sopa, que devoramos con salvaje ansiedad. Al fin podríamos comer algo y saciar nuestra languidez.
El retrete resultó ser un cuarto maltrecho y orinamos en el piso frente al panóptico de su observación.
Entre ironías e insultos, cierta noche anunciaron nuestra liberación.
Al mismo que oficiaba de bueno le sucedía otro cruel y despiadado.
Tomó a una de nosotras por detrás del cuello con violencia amenazándola.
— ¡¡¡Te la creíste!!! — Asesina. ¡¡¡Hija de puta!!! Ahora vas a ver...
Nuestra desesperación era infinita.
Caía la tarde y percibimos los movimientos de algún cambio. Aterradas nos encomendamos al universo. Solo una fuerza superior podría alterar nuestro destino. Sabíamos que desaparecían personas... y que semejantes adoquines inhumanos no conocían la piedad.
El tiempo eterno resultó fugaz. Luego nos subieron a un vehículo, con los ojos vendados. Después de un trayecto indefinido nos arrojaron a un terreno baldío cercano al cruce de J. C. Paz.
— Cuenten hasta cien— ordenó la voz grave.
Nuestra angustia e impotencia se transformó en mezcla de ansiedad y desesperación... creímos que había llegado el final de un macabro juego. Comenzamos a contar...uno, dos, tres, hasta cien.
El encendido del motor sonó como una ráfaga de metralla, que perturbó aún más nuestros sentidos.
Se fue perdiendo lentamente a lo lejos...
Nuestros corazones comenzaron a frenar su velocidad. El sentido nos indicó su partida, quedó la incertidumbre de una próxima incógnita.
¿Era este el final? Cautelosamente nos sacamos las vendas. Sentadas en el pastizal, nos miramos con estupefacción.
Divisamos de un lado una boca de lobo oscura y tenebrosa, al otro lado a lo lejos, un camino transitado por luces, que nos indicaron el rumbo a seguir. Allí marchamos, ¿orientadas a nuestro anhelado destino de libertad? que tanto extrañamos...la vida continuaba a pesar de todo y nos esperaban grandes desafíos.
Con el transcurso de los años comprendimos que la felicidad está hecha de infinitos e indescifrables instantes.
El ocaso caía sobre la tarde fría, se oyó nuevamente la bocina del tren como una epifanía inolvidable. Coincidió con aquel pasado feroz.
Revivirla nuevamente, tal vez bastará para sanar la memoria de tanta incertidumbre que ocupó muchas noches de insomnio y desvelo...durante más de cuarenta años.
Ahora aparecen para reparar los recuerdos.
Sin embargo, hoy reclaman otro significado. El tiempo ha pasado y este tiempo es otro y necesita otra evocación de los sucesos dramáticos de la vida y nuestra historia. Malvinas Argentinas perteneció otrora al distrito de Gral. Sarmiento, que contenía J.C. Paz, San Miguel, Muñiz, Bella Vista...
Hoy dentro de Campo de Mayo funciona un ingenioso e inocente Centro Cultural de Arte, que contiene un pequeño y discreto anfiteatro, dónde un distinguido e ilustre profesor Carlos Cabrera inauguró SADE filial Malvinas Argentinas, a pocos metros de un camino asequible por medio de una ruta la cual permite conectar y unir varias localidades de la zona.
Ese espacio hace más de cuarenta años fue centro de detención, denominado "la choza".
 
El transcurso del tiempo, las Madres de Plaza de Mayo, la guerra de Malvinas junto a la resistencia del Pueblo transformó la historia.
"El acaso” hizo que se conociera después de tantos años este escenario, y reflexionar sobre el suceso, para concluir en que debería llevar un cartel donde se manifieste:
En tiempos de "Dictadura" aquí se torturó y desaparecieron personas.
En "Democracia" se construye vida, cultura y Arte.


1-Joaquín sigue desaparecido

2-Después de la picana beber agua es fatal.

3-Cacho, ese era el seudónimo de todos.



Poemas que comparte la autora:


Jazmines y azahares.


Noches de jazmines

Mañanas de azahares

Entre los pinos,

se oyen los cantares .


Limoneros al alba

Mentas del estío.

Nogales colmados 

entre aromas de tilo.


Las moras morenas

Tiñen la gramilla

Frente al ciruelo 

Graciosa manzanilla.


Perfume de albahaca

Ocre del limón

Ambarinas Naranjas.

en su granazón.


Verdor de lima, 

jalde de pomelo

Compiten su puesto

Con el limonero.


Las blancas mañanas 

De aromas de tilo 

sus flores aquietan

Pesares subidos.


Tomillos en el aire

Romero y limón,

enlace perfecto

para el corazón.


Liban los colibríes  

del blanco rosal,

néctar de dulzura

Para enamorar.


Hierba del burrito

Salvia y laurel

eneldo anisado 

Aloe y clavel.


Sortilegio de aromas

en el aire vuela

entre los follajes

el viento los lleva.


La obstinada hormiga

sobre la gramilla.

camina por su senda

tranquila y sencilla.


Envuelven el aire

de dulces aromas

Los mágicos lirios

Junto a sus rizomas.


Aroma de eucaliptus

laurel y limón.

Encantan los ojos,

Los aromos en flor.



Libre trina el ruiseñor

como el mirlo al sol.

Vuelan mariposas,

sobre el girasol.?


Cantan las calandrias  

sobre margaritas

Dulzuras de arrullo

Para sus garitas.


Encarnado hibisco

 anaranjadas clivias

 entre rosas blancas

 Y lavandas furtivas.


Parlotean cotorras

sobre el espinillo

y junto al cafetal

el aromo amarillo.


Hileras de Agapantos

bordean los l caminos

Y bellas azaleas 

Acompañan los trinos.


Mañanas de jazmines

Noches de azahares

Entre los pinos ,

Reposan los cantares



Las rosas


Invade la mañana un dulzor a rosas. 

Suspendidas en el aire graciosas mariposas. 

Sobre el néctar de la flor que sonríe, 

liban de su zumo sutiles colibríes.


 

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