Carlos Monti


Carlos Monti nació en 1961, ciudad de Saenz Peña, Buenos Aires, Argentina.
Escritor de cuentos novelas y poesías. Se desempeña en la función de bibliotecario, en la escuela ESB 312 San Miguel, provincia de Buenos Aires. Coordina el café literario “Los Pasos perdidos” en el Centro Cultural de la UNGS. En el año 2013 publicó su primera Nouvelle: Faro San Juan Salvamento que participó en las ferias del libro de Buenos Aires en 2013 y 2014; Latin American Intercultural Alliance de Nueva York. Han sido publicados capítulos y fragmentos en la revista literaria la Cigarra de México; Guka, Biblioteca Nacional Argentina.

Se encuentra en las bibliotecas populares: Sarmiento en Ushuaia Tierra del Fuego; otras en París, Francia; Red internacional Cuentacuentos, España. En las bases navales de Chile, Puerto Mont ,Iquique, Punta Arenas y Talcahuano.

Participó en 2014 en el concurso Clarín con su Novela: Un mal trago en la calle Olavarría.

Cursó talleres con los escritores Walter Iannelli y Julio César Azzimonti.

Fue Jurado en los concursos literarios de la revista Guka, Biblioteca Nacional Buenos Aires y en el concurso de poesía de LAIA, Nueva York.

Actualmente se desempeña como secretario de redacción de la revista Guka, Biblioteca Nacional. Participó en el corriente año de la feria del libro de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con su novela Iluminados por el faro.

Fuente nota del siguiente medio: http://www.eldiariodelfindelmundo.com/noticias/2016/01/17/60657-presentaran-el-libro-iluminados-por-el-faro


Voces del más allá

Escucha murmullos que vienen desde el fono del pasillo. La casona que habita está rodeada de una mística extraña. La compró barata, dicen las malas lenguas que hay espectros que se ven en la noche. Fabricio no creo en esas cosas, con sus estudios superiores en física cuántica y la beca de la universidad, irá de a poco refaccionándola. Es verdad que hay algunos ruidos, las tuberías están muy viejas, comidas por el óxido. Algunos cuartos los clausuró, por el abandono y el olor moribundo, mezcla de ratas putrefactas y alimañas.

El lunes, se llegará hasta el pueblo, pasando la universidad a unas cuadras hay una ferretería. Comprará lo necesario, caños nuevos, pinturas, clavos y un martillo. El que está en el galponcito contigua a la casa, le falta el mango.

Se pasa todo el fin de semana corrigiendo trabajos prácticos de sus alumnos, no tiene tiempo para dedicarle a la casona. Cuando cae la noche, comienzan los ruidos. Cree que hay un nido de comadrejas entre el techo de chapa a dos aguas y esas paredes de mampostería.

Definitivamente se la vendieron barata por los ruidos y los olores mezcla de resaca y humedad avanzada. Piensa que todo se soluciona con echarles unas horas de trabajo.

El traslado desde Buenos Aires, oriundo de la ciudad de Belgrano donde tenía todo al alcance de la mano, su trabajo académico, la novia que dejó ilusionada y esos bares literarios. No sabe por qué la facultad lo mando de golpe a ese pueblucho de mala muerte. Repentinamente sin preámbulos previos, sin una carta de presentación, pero carajo parece que se fue huyendo.

Llegó el lunes… preparó todas las carpetas con los trabajos prácticos corregidos, se subió a la vieja camioneta Ford f 100 que heredó de su padre, nunca fue muy amante de los autos, pero sí de los libros. Vino con dos bolsos de ropa y seis baúles con libros: de su trabajo, poesía, arte… -es su placer la lectura-. Dejó por un rato los ruidos de la casona, la facultad lo distiende, se distrae con los alumnos. Está como enfrascado en sus trabajos, los discursos, escritos sobre física, algunos ensayos sobre química. De golpe se acuerda, ya es hora de volver a la casona, pero antes pasa por la ferretería. Estaciona su camioneta roja, descolorida por tantos años de dormir a la intemperie, sobre la acera de la ferretería del pueblo (Rojas, provincia de Buenos Aires).

—Buenas tardes –dijo cerrando la puerta de madera con ese gran vidrio.

—Qué necesita—le contesta el ferretero, ¡con aires de pocos amigos!

Se presentó —soy el profesor que se mudó la semana pasada a la casona. En las afueras del pueblo, me llamo Fabricio.

—Hay que tener coraje para vivir solo en la casona— acotó el ferretero.

—¿Por qué me lo dice?

—Mire usted es nuevo y no lo quiero andar inquietando con habladurías.

—No por favor cuénteme—Dijo Fabricio.

—Mire profesor hace como unos treinta años atrás, la casona estaba llena de fiestas, un matrimonio en buena posición, con cinco hijos, tenían un buen pasar. Que se evidenciaba en la construcción fastuosa, con una serie ininterrumpida de cuartos en tonos pastel, tuvo que ir cerrándolos por los ruidos y ese olor como a rancio y putrefacto.

—Una noche, vuelve el dueño de la casona de trabajar y… encuentra a su mujer en la cama con el cabo del pueblo .Un muchacho muy apuesto. El hombre enloquece y busca la escopeta que tiene guardada en el galponcito: de dos caños que usaba para cazar perdices, cerca de la casona en los campos contiguos .Sube a su habitación sin hacer ruido y les da un escopetazo a los dos. Los chicos se despiertan llorando y se encierran en el cuarto de al lado. Hasta que llega el comisario y se lleva al asesino. Los chicos, los reparten entre familias de otros pueblos. Se dice que en noche de luna llena, en la ventana de arriba, la del dormitorio, se los ve al cabo y Elida como vagando entre dos mundos.

—Perdón profesor no quería asustarlo, hace como diez años que nadie habita la casona. Concluyó el ferretero.

—No se haga problema… yo no creo en esas cosas, los muertos, muertos están, hasta luego.
—Espere le ayudo a cargar todo a la camioneta, me dijo que también lleva un martillo.
—Si gracias y hasta luego— Acota Fabricio.
Esa tarde volviendo a la casona, se quedo pensando en la leyenda que le conto el ferretero. Como es ateo y científico dijo para adentro,” esto es cuento chino—¡si no lo veo… no lo creo!”

Volvió a su rutina de estudios y correcciones. Ya no subió al piso superior donde ocurrió la tragedia: por los ruidos y el olor. Que se tornaba cada vez más insoportable, de apoco tuvo que ir cerrando los cuartos. El dormitorio principal y los dos contiguos. De nada le sirvió tratar de limpiarlo y pintarlos ¿arreglar las tuberías y canaletas?

Pensaba, esas comadrejas están cada vez más grandes. Ya no puedo dejar de escucharlas, hasta hacen mover las lámparas y esa araña hermosa que cuelga del living, frente a la chimenea. Se tuvo que mudar al sofá, rodeado de sus libros y ¡la máquina de escribir Olivetti!, una reliquia que conservó de su abuelo.
Una tarde a la vuelta de la facultad, lo acompañó el desratizador del pueblo. Había sido recomendado en el almacén de ramos generales, donde compró los alimentos.
—Miré ya no puedo subir al primer piso de la casa, ¡Esos ruidos y el olor tan putrefacto, como si hay animales muertos dentro de la mampostería!

— Quédese tranquilo don, hay una vieja tubería dentro de la casa que da al sótano, hace como veinte años me metí. La recorrí toda, seguro que hay animales muertos, tantos años abandonada desde la tragedia, pobre hombre como enloqueció— comentó Ramón.
—Espere ¿cómo me dijo que se llamaba?
—¡Ramón!...Don.
—Bueno, ni sabía que había un sótano, lo acompaño— creo que cerca de la chimenea hay una linterna, la busco… y bajamos.

Abrió la puerta de chapa, y un ruido seco se acomodó en la habitación. Estaba justo debajo de la alfombra del living, tuvo que correr la mesa ratona. ”Como para encontrarla”, pensó en voz baja. Comenzaron a bajar entre una nube de polvo, la escalera rechinaba con las pisadas, queriéndose romper los escalones.
El sótano, era como una gran sala con tuberías llenas de tierra y telarañas. En el centro una salamandra inmensa, como para calefaccionar toda la casona. Como era primavera hasta el momento no tuvo frío. Al fondo muchas latas viejas y una bicicleta de niño y una cuna de madera en muy mal estado. Ramón se introduce por las tuberías. Como lo había hecho unos veinte años atrás, se lo escuchaba ir gateando y entrever los reflejos de la linterna, de golpe… ¡Un grito ensordecedor!, se siente como retrocede raspándose las rodillas, chorrea sangre, se baja como si un rayo lo ha penetrado. Me lo quedo mirando, él con su vista perdida muy perturbado. Lo zamarreo, ¿qué está pasando?
Se despierta de su letargo, Don… vi un a luz blanca, al fondo de la tubería y un espectro que me llamaba: estaba vestido con su uniforme de cabo y una señora atrás lo acompañaba.
—¡Don Fabricio! no hay animales muertos, la casona está embrujada. Yo que usted, ya mismo la abandonó. O vaya en busca del padre Mario.— dicen que hace poco llegó de Italia, aprendió a sacar los demonios—, yo vi con mis propios ojos una de las pequeñas hijas del farmacéutico estaba con el diablo a dentro, hablaba en lenguas extrañas. A mí también me llamaron, porque la casa del farmacéutico tenía un olor nauseabundo y ruidos extraños. Un domingo después de misa se apareció con agua bendita y un crucifijo, bendecido por el mismo PAPA, dicen que la niña se retorcía y vomitaba bilis verdosa amarillenta mientras el padre le lanzaba el agua bendita en su cuerpo y decía sus oraciones.
Me convenció, el domingo voy a misa, después le cuento al padre lo que está pasando con mi casona. Pasaron los días y Fabricio cuando venía de su facultad, se quedaba recluido en el living. Hasta había mudado una cama…—ya no tenía fuerzas para subir al primer piso—.

A sus colegas, les pareció muy raro cuando no lo vieron llegar el lunes a la facultad. Era un profesor muy dedicado y correcto…los rumores le llegaron a Ramón y se acordó de la charla que había tenido la semana pasada. Llamó al comisario, para que lo acompañara a la casona, nadie en el pueblo tenía noticias del profesor. Ni se animarían a llegarse hasta la casona. Fueron con el auto oficial. Ramón tenía un mal presentimiento, se miraban con el comisario. Cuando estacionó el auto cerca de la entrada principal, bajó la ventanilla, un olor a putrefacto se desplomaba en el ambiente.
El comisario desenfundo su arma, e ingreso primero a la vieja casona. Lo siguió Ramón medio espantado.

Descubrieron el cadáver del profesor tendido en la alfombra del living, con la mesa ratona corrida y la puerta de chapa entre abierta. Uno de sus brazos colgaba en el interior del sótano, como si lo quisieran arrastrar hacia su interior, en la mano diestra un crucifijo.

—Creo que no pudo ir a la misa del domingo, ni llego a verlo al Padre Mario— acoto Ramón.
—Mire, por las pruebas que le hice, lleva muerto desde el sábado. Dedujo el comisario.



                             Autor: Segovia Monti.


























































































































































 








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