Carlos David Rodriguez

 

       "En fin, a lo que iba es que la inteligencia carga con pasado, con muchos errores y golpes contra la pared. De no ser así no sería inteligencia. En pocas palabras, la intelectualidad no camina por la calle, va por la vereda. Ahí está la diferencia"

                                                   Carlos David Rodriguez en Entrevista de Literariasriodelareconquista.  

*Texto del autor "CON CARA DE ESTÚPIDO"

*Biografía.

*Contacto y enlaces a su obra. Fotos


Entrevista de Literariasriodelareconquista a  Carlos David Rodriguez  

1. ¿La literatura en tu vida Carlos o vos en la de ella?

Yo en la de ella, pidiendo permiso y con el mayor de los respetos. De muy chico me interesé por las historias, como más me gusta decirles. No suelo hablar de cuentos, porque a veces no tienen base ni final, simplemente son imágenes que transmiten y ahí es donde está todo, en el mensaje, en el "como", en el detalle que distingue la palabra justa de la palabra de más o la falta de labia. El problema es cuando uno capta que realmente la literatura no es solo el compendio de palabras en forma de puñales o rosas, sino que es más que eso. Hablo de darse cuenta que uno al menos es un poquito más sensible que el resto. En ese pequeño detalle, donde uno puede escuchar, observar, comprender y contar, se encuentra la verdad. Y la verdad no tiene que ver con la realidad, no para mí. Es el fondo de las cuestiones, los "por qué". La vida no es respirar, es vivir, y eso ya dice demasiado. Las letras hicieron la historia y todos nadamos allí, en mayor o menor medida.

2. Tu primer texto literario, ¿quién te dijo que era literatura?

Yo mismo, supongo. No puedo decir una edad, porque no recuerdo, pero sé que estaba en los primeros años de primaria cuando escribía historias de zombis, con dibujos y todo, ja. Siempre me gustó el terror y, sin embargo, de grande nunca escribí nada al respecto. Siempre me gustó escribir. Al estudiar periodismo me acomodé, por decirlo de alguna manera. Vivía escribiendo en el tren, durante el trayecto de casa al centro, las cosas que veía. De hecho, muchas historias de mi libro (De calle, desamores, delirios y suicidas) salieron de los viajes en tren o de  las imágenes que me devolvían las vidrieras de los bares o cafés, cuando veía pasar personas corriendo, caminando, riendo o llorando y trataba de adivinar sus cuestiones.  

Volviendo a la pregunta, nadie me dijo que era literatura. Nadie en particular al menos, me di cuenta en las miradas, en los gestos de quien me leía. No siempre pasaba, obvio. Me refiero a producir una sensación, meter el dedo en la llaga sin querer o acariciar un bobo muy acelerado diciendo que "va a estar todo bien" sin decirlo.

3. ¿En tu contexto matriz o familia, había lectura?

Muy poca, pero si había. No podría saber cuál fue el primer libro que llegó a mis manos ni de qué manera. Pero si puedo decir que los que me impactaron de chico, adolescencia, diría o pre-adolescencia, fueron Roberto Arlt y Fiodor Dostoyevski. De esos no había en la casa, nunca nuestra, que alquilaban mis viejos. No sé si había libros tampoco. Y aunque reniego de lo institucional, a veces, por decir, la escuela: educación o aggiornamiento, es una guía, una base imposible de esquivar y está bien que así sea. Antes de despotricar, hay que saber de qué se habla, ¿verdad?

De todas maneras, gracias a mi vieja, que vivía cagándome a pedos para que estudie, ("para ser alguien", como se decía) es que llegué a darme cuenta que me gustaba leer y escribir, que me gustaba inventar. Si fuéramos realmente creados a semejanza de un Dios, eso quiere decir que somos creadores. Pero la tecnología distrae demasiado y quema la imaginación. Nada raro, como lo suele ser, todo tiene doble filo. Ni bien ni mal, esta lo que sirve y lo que no. A su vez, lo que le sirve a fulano, no me tiene porque servir a mí.

4. ¿Lo intelectual o lo inteligente?

Lo inteligente, sin dudas. La inteligencia de verdad, esa que va de la mano de la sensibilidad. La de mirar a los ojos e intuir que dicen, detrás de la mirada (no importa si se adivina). Es saber cuando hablar y cuando cerrar la boca, cuando pedir permiso y cuando servirse lo que es de uno. Puede ir acompañada de intelectualidad, pero sin eso "artesanal" que hace falta, jamás será lo mismo.

Siempre se está aprendiendo, al menos, las clases están ahí y los profesores, uno puede escuchar o hacerse el sota. Duele aprender si, por eso el que más sabe, es el que generalmente menos sonríe, y no es poético. La sonrisa de adentro no es la misma que uno muestra hacía afuera. Hay sonrisas tristes. En fin, a lo que iba es que la inteligencia carga con pasado, con muchos errores y golpes contra la pared. De no ser así no sería inteligencia. En pocas palabras, la intelectualidad no camina por la calle, va por la vereda. Ahí está la diferencia.

5. ¿A los lectores qué importancia les das?

Ellos son los que obligan y no permiten que uno abandone. Son los que te hacen sentir menos solo. Porque cuando uno escribe lo hace en soledad, recién cuando se transmite la obra toma real sentido. Antes no. 

Conté hace poco, en Facebook, que terminando mi presentación en la Primera Feria del Libro de San Martín me pasó algo muy emocionante. Una mujer se acercó al lugar y se sentó en un costado, sin despegarme la mirada, escuchando atentamente el cuento que elegí para cerrar: Entre moscas, que es un diálogo donde solo aparece la voz del protagonista, un tipo que va a que le adivinen el futuro y le saquen la angustia, pero no cae en las manos que él había imaginado. La cuestión es que cuando terminé de leer, esta señora se me acercó muy movilizada y me felicitó, casi al borde de las lágrimas. El tipo alto que estaba con ella también se acercó, me dio fuerte la mano y me miró a los ojos diciéndome: "muy bien, vas bien" (eso lo dijo con la mirada). En ese instante, no me di cuenta, pero cuando los vi alejarse, caí en que eran dos personas en situación de calle.


Con cara de estúpido

La pista de baile aguardaba repleta. Yo, sentado contra la pared del lado de los borrachos trataba de interceptarla con la mirada. Ella era la última dama sin caballero. Sin embargo, nunca me acerqué. De hecho, ni siquiera podía levantarme por los nervios que me carcomían la consciencia a medida que pasaban los minutos.

Todos los días la veía llegar, ubicarse en su pupitre y sacar sus útiles con una serenidad capaz de amortiguar cualquier ofensa. Seria y callada esperaba la aparición del maestro de turno, como si nadie estuviese a su alrededor. Actuaba con la soltura de esas personas mayores que saben cómo reaccionar ante la más incómoda situación.

Desde el primer instante en que la vi pude sentir eso de lo que tanto hablan y repiten con la analogía de “mariposas en la panza”. Una satisfactoria sensación de bienestar recorrió mi cuerpo entero como un cosquilleo que, al huir, dejó pintada en mí la cara más estúpida.

Fueron sus dos luminosas iris color piedad las que embaucaron a mi soledad. Sus labios, que cerrados dibujaban la M de mi detestable “mañana le hablaré” y que abiertos delataban su voz de niña adulta y decidida. Fue su redondeada y corta nariz que adornaba la unión de sus mejillas, a simple vista, suaves como la caricia de una madre. Fueron su cabello de ángel, cuyas ondulaciones recortaban sus hombros de mujer, y el aroma a inalcanzable que dejaba al pasar indiferente por mi lado.

La edad del pavo para todos era para mí una auténtica edad de piedra. Inmóvil me quedaba al verla caminar. Esas palabras justas que tan taxativamente había ordenado en mi mente para hilar la oración más perfecta, se desvanecían de inmediato cada vez que me acercaba. El castillo de barajas más alto que podía armar se derrumbaba con la más mínima brisa.

Ella no me veía. No sabía que existía y compartíamos el mismo salón durante cuatro horas diarias. En dos años jamás descubrió el color de mis ojos. En dos años nunca me sonrió. En dos años no me atreví ni a saludarla. Es que, al actuar, todo lo planeado se moría en mi imaginación y entonces me resignaba a esperar la próxima oportunidad.

Así fue que la noche del baile, luego de tomar coraje fui al baño para salir al ruedo y esta vez iba en serio me juraba. No sé cuánto tardé, pero cuando volví para invitarla no la encontré donde mi vista la había dejado. Me quedé parado para ampliar el panorama y poder divisarla. Lamentablemente, siempre sufrí la ventaja de ver lo que otros se pierden. Quedé perplejo. Mi corazón comenzó a gritar y a rebotar enfurecido como un encarcelado que no aguanta la prisión.

Estaba contra una pared, cerca del baño de mujeres. Un chico más grande que ella la había tomado de la cintura y le decía quién sabe qué al oído. Reían y hasta parecían felices. Él llevó una mano debajo de su falda y la comenzó a arrullar mientras, de a poco, la apretaba con fuerza contra el paredón. Ella parecía experimentar cierto dolor, pero sonreía. Nadie parecía estar prestándoles atención, excepto yo.

Quedé aturdido, atónito, destruido. Pero, ¿por qué razón me sentía así?, si ella no era mía. No me pertenecía y ni siquiera sabía de mi existencia. Entonces, ¿qué me ocurría? Salí corriendo a la puerta de salida, cual si hubiera visto lo más horroroso de mi vida. Necesitaba desahogarme de una traición que, por cierto, no era tal. De un engaño imposible de ser. No obstante, me notaba humillado, como el marido que después de celebrar la boda de plata descubre a su amada en la cama de otro hombre.

Qué paradoja. Tan débil y cobarde para decir lo que sentía sin tartamudeos ni ocultamientos. Sin embargo, tan valiente como para atar con fuertes nudos el cable y saltar de la silla sin pensarlo dos veces.

Carlos David Rodriguez. 

de su libro De calle, desamores, delirios y suicidas 





Carlos David Rodriguez (03/03/1988). Técnico en Comunicación social, escritor y armoniquista. Actual vicepresidente de la S.A.D.E. Filial San Miguel, miembro de EIMA (Escritores Independientes de Malvinas Argentinas) y columnista de la Revista Nuevas Letras. Autor del libro de cuentos "De calle, desamores, delirios y suicidas"

Trabajó en Crítica digital y revistas como RETO o La otra realidad, todas en Capital Federal. También fundó junto a unos colegas la desaparecida revista NUDO Rock y Arte (http://nudorockyarte.blogspot.com/), y ha sido colaborador de la Revista Crepúsculo y del diario Tiempo de Tortuguitas, localidad que lo vio crecer y donde ha conducido dos magazines radiales en FM Country. Al mismo tiempo, fue dueño de un sueño llamado El Terco Bar Rock, lugar de encuentro de bandas y amigos de toda clase. Tiempo después formó un grupo de rock de covers llamado Peores Nada. Al dejar la banda, luego de rodar por bares de la talla de Mitos Argentinos o XLR, se unió a Espíritu Salvaje, donde sigue hasta la actualidad.  

Sin embargo, nunca se alejó de la literatura y hoy en día publica en su reciente Instagram (davidrodriguez1988) pequeños textos o poemas que son un pantallazo de una forma de ver la vida.


*Contacto y enlaces a su obra

Página web: https://davidrodriguez1988.wixsite.com/elterco

*Revista Crepúsculo

N° 15 Ansia: http://www.fundaciontrespinos.org/viajantes-utopicos/

N° 27 Identidad e Historia: http://www.fundaciontrespinos.org/retazos-de-una-misma-bandera-herederos-desheredados/

N° 29 Destino: http://www.fundaciontrespinos.org/tres-historias-posibles-por-carlos-david-rodriguez/

Perfil Instagram: Escritor, periodista y armonicista. Miembro de SADE San Miguel y del grupo de rock Espíritu Salvaje. Próx: "De calle, desamores, delirios y suicidas"

CONTACTO:

INSTAGRAM: davidrodriguez1988 https://www.instagram.com/davidrodriguez1988/?hl=es-la

FACEBOOK: Elterco davidrodriguez1988 https://www.facebook.com/ElTercodavidrodriguez1988

SITIO WEB: https://davidrodriguez1988.wixsite.com/elterco

YOUTUBE:   Carlos David Rodriguez

 CUENTO "CASADO CON ELLA" EN PODCAST MEXICANO audio:

https://radiopublic.com/el-buen-cruel-GyN5z4/s1!e24a4

 




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