Compartimos textos de participantes en TALLERES LITERARIOS CCUNGS 2013:
HERRAMIENTAS DEL ESCRITOR. LUGAR-ESCENARIO-PERSONAJES-CONFLICTOS”
Coordinado por Julio C. Azzimonti
Taller literario "La poesía es una fiesta de los sentidos"
POESÍA, FIESTA DEL SENTIDO. CREACIÓN Y RECREACIÓN POÉTICA HACIA LA PRODUCCIÓN GENUINA.
Coordinado por Clo Claudia Migliore
Protagonista espectadora
Entro a la habitación. Diviso una silueta en
la penumbra. Somnolienta y confundida reveo la escena. Algo está mal…
El corazón me late con prisa furiosa, como si
fuera a salir corriendo de mi cuerpo inmóvil. No puedo mover si quiera una
pestaña…estoy de pie, junto a la puerta, obligando a mis pupilas a esforzarse
para ver entre la escasa luz del ambiente. Finalmente lo logran, la silueta
sombría se va rellenando, poco a poco, dejando ver los rasgos de mi rostro. Sí,
mi rostro. Soy yo. La misma la que yace en mi cama mientras permanezco de pie
observándome. Acaso ¿estoy muerta?
Montones de interrogantes me acechan. Se
retuercen en mi vientre posibilidades siniestras. Comienzo a dudar si realmente me levanté para ir al
baño. ¿Cómo lo compruebo?, ¿cómo sé que no es parte de un sueño incluso el pellizco
que me di para despertar?
Pienso con velocidad, busco auxilio entre los
parámetros de la razón y solo encuentro más y más desesperación. Tengo que
hacer algo… tengo que acercarme a ella... ¿a ella?, ¿acaso estoy refiriéndome a
mi misma en tercera persona? Siento que estoy a punto de enloquecer.
Me acerco muy despacio, la examino con
cuidado. Tengo que saber si ella… mi otro yo, realmente es ella y está ahí
ahora.
Me aproximo más, lentamente... Su posición
indica que está sumida en un profundo sueño, solo si pienso en positivo... verdaderamente
no estoy segura de que esté viva.
Me posiciono con miedo a escasos centímetros de
su cara. Entonces logro sentir su
respiración… Qué alivio… no está muerta.
No estamos muertas. ¿Entonces quién soy yo?, ¿soy esta o aquella?
Tengo que despertarla y resolver este asunto.
Tal vez ella lo sepa todo…
Se estremece cada centímetro de mi cuerpo
cuando envío a uno de mis dedos a hacer contacto. Punzo su brazo despacio y el mío
es punzado también. Salto de espanto y registro la alcoba completa, ya con la vista
entrenada como un halcón. No hay nadie más…
Tomo unos segundos para que desciendan mis
pulsaciones y otra vez lo intento. Paso mi mano por su rostro y repercute en el
mío. Pruebo tocando su pierna y luego su espalda y cada contacto se reproduce
en mi cuerpo como un espejismo. Sollozo nerviosa, atónita… mientras ella ni se
inmuta. Pero respira… lo siento…
Es excesivo para mi mente. Me apresa un
colapso de ira y le jalo el cabello con fuerza. Una nebulosa negra estalla y
todo se desdibuja. No veo nada… Abro los ojos, los cierro y nada…es todo negro.
Escucho silencio, mucho silencio… Abro los
ojos de nuevo. ¡Me asusto! Estoy en otro lugar.
Veo desde otra perspectiva, desde la de ella,
que ahora soy yo… Estoy en la cama y lo entiendo todo. Fue culpa de un sueño.
Atardece el abuelo
Observaba a mi abuelo cuando
tomaba su merienda. Exactamente a las 5 de la tarde, con rigurosa puntualidad.
Inentendible para mis hábitos.
Siempre constaba de los mismos ingredientes.
Un tazón de leche caliente azucarada y abundante pan de campo.
Se sentaba en la silla y la
curva de su espalda era tan pronunciada que casi lanzaba su cara a la orilla de
la mesa. Colocaba metódicamente una servilleta por debajo, sobre su regazo, y otra amarrada
al cuello de su camisa cuadrillé, imitando un babero de bebé.
Me llamaba la atención la
rudeza de sus manos, ahí portaba años de trabajo duro y alguna que otra
caricia. Con ellas cortaba pedazos de pan
y los humedecía en la taza con
tal rusticidad que gran parte de la leche terminaba derramada alrededor. Armaba
un pintoresco desastre junto con las migas que caían. Supongo que era la única
forma que tenia de comer, luego de la precipitada jubilación de su dentadura. Nadie se atrevía siquiera a sugerirle que se
colocara una prótesis… para llevarlo al médico había que engañarlo como a un
chico.
Cuando se ha sobrevivido a
guerras se piensa muy diferente. El detalle es ignorado por completo. A mi
abuelo no le interesaba absolutamente nada del aspecto físico y la salud del
cuerpo. Tenía la piel ajada por los años y los ojos muy pequeños, tan hundidos
en su rostro que había que esforzarse mucho para notar su color celeste. Era un
hombre serio y reflejaba pocas emociones, pero cuando al fin reía, sus ojos
simplemente desaparecían, se convertían en dos surcos fruncidos. Su expresión
exagerada invitaba a reírse también.
Al terminar su merienda, a
fin de no desperdiciar nada, recogía las migajas con la mano derecha como
escoba y la izquierda como pala. Ejercía tanta fuerza sobre la mesa que esta se
zarandeaba de aquí para allá, a pesar de que era de una madera muy resistente,
de roble… igual que él. Autora: Paula Olivieri
Nieta de un inmigrante sirio
Recuerdos
perfumados en torno de mi mesa.
Una ola materna
bendice a un niño que pronto partirá.
El umbral protege
el negro paso hacia la ausencia del hijo.
Sangre clavada por
uñas impotentes registrarán los marcos de la puerta sencilla.
Mueve la mano desde
un regazo de seda marina la memoria del niño.
Encuentra sabores
de bendiciones arcanas en un país lejano. La piel se irá estirando, secando,
arrugando desde el salitre hondo que impusieran antaño.
Trae un buque un
pañuelo de seda, lo recibe la madre junto a las algas. Cubrirá su cabeza y
sentirá la salitrosa humedad de su niño anciano, alimentada de una entraña
viviente.
Y yo, desde este
umbral, siento otra vez la sal en mi cabeza. Aquella mujer, desde su tierra
ignota, preparando el viaje sin retorno del hijo, me tejió con su hálito un
mundo que hilo con dulzura.
Espacio y tiempo
Delineaste la forma
del encuentro,
espacio y tiempo,
abstracción de tu infinito.
Un tú a tú se abre
en la cornisa de este instante que me reparte lejos del abismo.
Encrucijada de
tiempos, constelaciones de espacios.
Una topología privilegiada
se impone a mi galería cronológica: un galpón…varios galpones.
Realidad y
símbolo, cristalización y constancia de
latido, yo y los otros.
Galpón I: espacio
ilusionado de un hombre que se nutre de un futuro compensante.
Galpón II: lugar
que agazapa la única posibilidad de otro hombre para alcanzar lo deseado.
Galpón III:
frustración de un espacio desparramado en sus partes, espejo
de un desesperado.
Galpón IV: esbozo
preciado de un joven pintor que mira intersticios de futuro.
Galpón V: espacio
en movimiento, lo nuevo convive con lo viejo, una mujer ensaya una mudanza.
Galpón VI: último
piso del rascacielos que permite a un hombre su buscada perspectiva.
Galpón VII:
construcción provisoria con cimientos de templo vivo. Nostalgia del modelo: “La
Sabiduría construyó su casa cimentada sobre siete columnas” (Miniatura
medieval).
Autora: Norma
Haydeé Lase
La
memoria de los malditos
Diluvia. Y se me hace tarde. Debo reemplazar al cantinero, que no puede
ir a trabajar. No se confundan, no soy un empleado cualquiera. Mi padre es
dueño de un bar tradicional en una ciudad sin importancia. Él quiere que me
haga cargo del negocio, empezando desde abajo. No soy un amante del trabajo,
pero tengo sentido del deber. A veces. Pero, ¿Justo hoy que llueve? Qué jodida
suerte. Ni hablar. El uniforme y sobre él un piloto. Paraguas en mano, salgo al
exterior húmedo y pegajoso.
Las luminarias comienzan a encenderse
anticipadamente, de forma intermitente una tras otra. No hay mucha gente en la
calle. Cuando llego, veo un auto negro que se destaca de los demás. Un modelo
clásico, al parecer. La lluvia arrecia y decido entrar.
El bar está lleno. La mayoría son habitúes
del lugar. Algunas caras me resultan conocidas. Parece ser un buen refugio para
pasar el rato con una hermosa mujer, jugar poker, o conversar, trago de por
medio. Es un bar típico. Las paredes
revestidas de madera de roble tallada a mano, las mesas, también de madera,
magníficamente decoradas y la barra de un estilo similar al de una de los
cuarenta.
El otro cantinero dejo todo en orden antes
de terminar su turno, así que tomo posesión. Me familiarizo con los tragos, con
las botellas y hasta con el bate de béisbol que se utiliza en ocasiones para
espantar a los revoltosos. Espero no tener que usarlo.
Pasa el tiempo, la lluvia cede. Todo normal. Algún que otro cliente ocasional que se
acerca, pide algún trago, y vuelve a su mesa. Sin embargo, tengo un
presentimiento. Y aparece alguien.
Lo veo con dificultad. El ventanal está muy
empañado. Sólo alcanzo a vislumbrar una figura distorsionada, que se mueve
lenta y fantasmagóricamente hacia la puerta y entra. Uno más buscando refugio.
Con un paso lento y acompasado, con las manos hundidas en los bolsillos de la
gabardina, se aproxima a la barra. Nadie lo nota, pasa desapercibido para
todos, menos para mí La gabardina es
negra y corta, sólo alcanza a cubrirle hasta unos centímetros por debajo de las
rodillas. Por lo que puedo apreciar, también lleva una camisa blanca, corbata y
sombrero negros, pantalones gris oscuro y zapatos negros con un toque de blanco
en las puntas.
Se sienta a la barra y mira de costado a un
ebrio durmiendo. Niega con la cabeza como si reprobara la situación. Se saca el
sombrero y lo coloca a un costado. Puedo
apreciar su rostro con total nitidez: de rasgos duros, mentón pronunciado,
nariz grande y ojos celestes. Me mira fijamente y no dice nada. Yo tampoco. Así
por varios segundos. Su mirada es fría y penetrante. Frunce el seño, quizás
incitándome a iniciar la conversación. Para romper el hielo digo:
-Buenas Noches, ¿qué desea tomar el
señor?
Sigue con la mirada
fija un momento y luego parece relajarse. Limpio la barra con un trapo rejilla
deshilachado y pongo un vaso. Ya no se le marca el seño: me mira y dice:
-Odio la lluvia. Hace revivir recuerdos y eso
es malo para el negocio -mira hacia arriba y continúa, sin mirarme- Lola, te
extraño.
-Una persona querida, supongo -dije. Se puso
serio y sin responderme, dice:
-Voy a tomar un Jack Daniels sin
hielo. Deja la botella, muchacho. Es la medida perfecta.
- Para olvidar, imagino -dije con una leve
sonrisa. No contesta y a la vez me
pregunta:
- ¿Cuál es tu nombre hijo?
- Joseph Colina -le dije relajado.
-No, no, no, no, no. Te voy a llamar Bob, dice con total
naturalidad. Es intimidante. Una rudeza desagradable. Aunque la situación se
torna grotesca, no atino a responder inmediatamente. Cuando finalmente voy a
decir algo al respecto prosigue:
-¿Sabes lo que va a pasar aquí? Cuando
termine la botella, voy a sacar mis dos browning nueve milímetros y voy a iniciar
una balacera de novela hacia una de las mesas. Y quiero que esos miserables me
vean la cara antes de morir. Que me vean los malditos.
Quedo desconcertado. Una risa nerviosa se
escapa de mis labios. Miro hacia el salón pero me toma del brazo. De nuevo esa
mirada penetrante. Trate de calmarme pero casi me orino en los pantalones. Me
suelta. Le sirvo un trago para salir del bache. Coloca las manos sobre la
barra. Una sostiene el vaso y revuelve el contenido con movimientos circulares.
Se detiene. Rodea el vaso con ambas manos y mira dentro. Parece perderse en el líquido
semioscuro. De repente, vuelve a la realidad. Luego dice:
-Disculpas por la escena. No te preocupes.
Todo a su tiempo –hace una pausa y luego continúa hablándome:
¿Te gustan las historias, Bob? El clima es
propicio para una ¿no te parece?
Me mira sonriente, esperando una respuesta.
Entonces, decido fingir interés. Seguirle la
corriente:
-Claro. Me gustan las historias –digo,
eligiendo las palabras adecuadas.
-Bien te voy a contar una -se despacha-. Pero
hay que retroceder hasta el principio cuando era otra persona.
Yo Era
policía, uno muy bueno. Junto a mi compañero teníamos una habilidad innata para
llevar delincuentes tras las rejas. Hasta fuimos condecorados por nuestro buen
servicio por el máximo jefe de la policía. Eran buenos tiempos. Pero pronto caí
a la realidad. Todos los casos que resolvíamos, todos esos mal nacidos
capturados eran liberados por abogados que siempre tenían un as en la manga
para favorecerlos. Ni hablar de los peces gordos que tenían contactos con
jueces, abogados, políticos y hasta miembros de la misma policía. Una
estructura podrida que por más que quisiéramos estaba en contra de nuestro
trabajo. No era muy alentador saber que tu trabajo no sirve para nada.
Yo
no perdí la fe. Pero mi amigo sí. Comenzó a relacionarse con narcotraficantes y
prostibulos. A cambio de protección y de información, él recibía dinero, mucho
dinero, y drogas. Solo nos veíamos en el trabajo. A medida que pasaba el tiempo
se hizo adicto. Se lo veía demacrado, consumido. Intente ayudarlo pero fue en
vano. Y luego pasó. Parece que pidió más de lo que debía o presenció algo que
no tuviera que ver, o amenazó con develar algún secreto, ¿quién sabe? Entonces,
arreglaron su muerte de la forma usual: un accidente. Los cerebros que lo idearon
lo planearon muy bien. El auto freno de golpe y un camión lo chocó de atrás y
eso generó el incendio. Me ocupé personalmente de la investigación y las
pericias demostraron que los conductores del camión ya estaban muertos antes
del choque; además, luego aparecieron testigos que vieron cómo unas personas le
prendían fuego al auto. Con todas las pruebas, fui a ver a mi superior para que
reabran el caso pero fui demasiado ingenuo. Me dijeron que archivarían el caso
a pesar de las pruebas. Por cuanto los habrán comprado, pensé.
Indignado, entregué mi placa y mi arma y pasé
a la clandestinidad. Para hacer justicia por mi cuenta. Cruce la línea. Cambie.
Mientras buscaba al culpable, hice cosas malas, muy malas para sobrevivir.
Pateaba puertas, mataba por encargo y por ello me pagaban un buen dinero.
Mientras, sacaba información y me acercaba a mi objetivo. Hasta que encontré lo
que buscaba. Los que mataron a mi amigo eran los jefes de un cartel de drogas
muy bien posicionados. Solo había que encontrarlos.
Pero cuando creí tener clara la ecuación apareció ella. Lola, una
dulzura. Trabajaba de mesera en un club nocturno propiedad de estos narcos. Buscando información la conocí. Algo renació en mi.
Me di cuenta que lo que hacia me llevaría a un punto sin retorno. Creí que a su
lado podría olvidar la mala vida y por ella me retiré. Olía a fresas. Tenía
cabello castaño y largo que me gustaba acariciar. Adorábamos el jazz, el
teatro, los días de lluvia. El tiempo pasaba y no nos importaba ni nos dábamos
cuenta de lo que pasaba alrededor.
Pero unos policías corruptos les pasaron información a los narcos sobre
mí. Les dijeron que me estaba metiendo en sus asuntos y que los buscaba. No me
encontraron. Y entonces se metieron con Lola. Un tiroteo mientras cruzaba la
calle con un ramo de rosas. Cómo amaba las rosas.
En su tumba me maldije y maldije la vida. Me
había ablandado y murió otra persona. Lola, dulzura, ya no estás aquí. Volví a
introducirme en la podredumbre, salí de mi retiro dispuesto a terminar de una
vez por todas con esto. Pero esta vez fui cauteloso. Fingí desaparecer por un
tiempo. Mientras, cobraba favores y hacia hablar a testigos que luego pasaban a
mejor vida. No podía dejar que me delaten. Pero no te preocupes eran de la peor
calaña, así que sin remordimientos.
Finalmente di con el dato de un lugar al que
asistían estos capos narcos. Un bar donde se juntaban a beber café y whisky
siempre al atardecer religiosamente. Iban solos, sin custodia. Tal era su
seguridad e impunidad. Se creían intocables. Como si fueran de la realeza. Ya
se habían olvidado de mi pero yo no de ellos. Esos malditos.
Y bueno, eso nos trae al principio. Aquí estoy yo y aquí están ellos. ¿Te gusto
la historia, Bob? , me pregunta.
Tengo que admitir que es una historia
interesante y me hizo olvidar de la situación en la que estoy metido sin
querer. Pero ya no estoy asustado. Ahora comprendo sus motivos. Mientras
contaba su historia escruté las mesas tratando de adivinar quien podía ser.
Pensé en tratar de sácaselo con algo de psicología, aunque no soy psicólogo.
Así que respondo:
-Bueno, es una historia trágica, pero:
¿Realmente cree que resolver las cosas a los tiros, cambiará algo?
Pude apreciar que mientras contaba su
historia, estuvo bastante animado. Pero ahora parece que la pregunta tocó una
fibra intima. Lo veo cambiar el semblante. Se pone serio. Luego contesta:
-Es cuestión de justicia, nada más. Para el
caso son dos basuras menos.
-¿Cómo es vivir con la muerte de la gente en
su conciencia?-pregunté sin filtros.
Temo una actitud hostil de su parte. Pero
contesta con naturalidad:
-Los que murieron por mi mano lo tenian
merecido. No eran inocentes. Y después de todo la venganza es el placer de los
dioses. ¿No es así?
-¿Y usted se cree Dios?-pregunté.
-Creo que ya no soy responsable de mis actos.
Sólo soy un instrumento. Es inevitable. Nada más. ¿Quieres transformarte en mi conciencia, Bob?
Porque hace tiempo que perdí la mía.
La conversación no va a ningún lado. Hay
determinación en sus ojos. No soy el más valiente. Pero esto no puedo
permitirlo. Espero el momento adecuado, una distracción. Mientras, acaricio el
bate de béisbol esperando el momento para darle un buen golpe. Una locura
total. Pero en situaciones extremas, medidas extremas. Le sigo la corriente, tratando de parecer
diplomático. Le pregunto:
-¿Y que pasará después?
- El tiempo dirá. Esto tiene que concluir de
una forma u otra. Yo...
Bruscamente deja de
hablar y toma su sombrero. Interesado por obtener más respuestas pregunto lo
primero que se me viene a la mente:
-¿Desea otra copa?
No me contesta. Se levanta de una vez.
Absorto por la historia, por esa personalidad avasallante, me comprometí de tal
forma que no me había dado cuenta: La botella esta vacía.
Autor: Hugo Gauna
En camino
Vas, allí vas
con tus ojos de río calmo,
con tu tono de voz
hecho caricias.
Con tu sonrisa
que consuela,
con tu palabra
que contiene,
con tu lágrima,
que hiere la tarde.
Desencantada de promesas,
hastiada de halagos,
ávida de paz,
saciada de amor.
Allí vas, vas…
hacia tu destino implacable.
con tus ojos de río calmo,
con tu tono de voz
hecho caricias.
Con tu sonrisa
que consuela,
con tu palabra
que contiene,
con tu lágrima,
que hiere la tarde.
Desencantada de promesas,
hastiada de halagos,
ávida de paz,
saciada de amor.
Allí vas, vas…
hacia tu destino implacable.
Ritos
Necesito de los ritos
cotidianos,
mecánicos,
rutinarios
para poder reencontrarte.
Te pierdo a veces,
por momentos,
por épocas,
por horas…
Por eso el mantel
con esas tazas,
por eso los horarios
y el aroma a comida,
por eso las plantas
que reclaman el riego,
y ese poco de ternura aún,
entibiándonos al alma.
cotidianos,
mecánicos,
rutinarios
para poder reencontrarte.
Te pierdo a veces,
por momentos,
por épocas,
por horas…
Por eso el mantel
con esas tazas,
por eso los horarios
y el aroma a comida,
por eso las plantas
que reclaman el riego,
y ese poco de ternura aún,
entibiándonos al alma.
Autora: Graciela Maschi
Oración
a la serenidad
Perfume
a lavanda.
El
piso del comedor y de la cocina limpios
el
ventilador en velocidad moderada
los
niños ya almorzaron
algunos
adultos duermen la siesta
más
tarde se debe seguir la jornada
se
esfuman por la ventana
y se
impregnan las cortinas
como
atrapamoscas
de los
olores de las ollas:
Calma
el
lavarropas en cargamedia
y el
envase de enjuague sobre él
solo
para la ropa del bebé
hay
ropa para lavar
hay
comida
y el
piso está perfumado y limpio:
Calma
calma
en la casa austera
hasta
la mente de ella
parece estar al unísono
le ha
dejado de hablar
con su
verborrea particular:
debes
hacer, debes hacer!
-tregua-
ha dejado de decir su parloteo
para
unirse a su calma
hoy de
hogar, sólo hoy.
Y es
tan dulce esa calma!
Y está
tan limpio el piso!
Es la
frescura en una siesta calurosa
que
llama:
al
patio, a los perros
a las
sábanas, a la cama
al
mantel, a la mesa…
Hoy,
sólo por hoy se llaman:
Calma.
Calma.
Autora: Carla Godoy
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