Sllla Maris Gallero nació en Grand Bourg, 24 de junio
de 1955, Buenos Aires República Argentina. Artista Plástica-Poeta-Escritora.
Integró la Red de Promotores culturales región noroeste.
Coordina la Casa de la Cultura de Grand Bourg,
Fundó el Centro Cultural Mari I. Gervasoni.
Coordina talleres de escritura y producción de textos.
Es Miembro de la S. A. D. E. (Sociedad Argentina de
Escritores)
-1972: formó parte del círculo
de los poetas,
-1977: socia fundadora del grupo
sin fronteras
-2000: Premio Nacional de Cuentos Río de La Plata 2000
-2005
• Premio certamen de poesía «AIRES DE LIBERTAD», antología
homónima publicada
en España.
• Medalla EVITA y
Mención de Honor, PREMIOS EVITA 2005, otorgado por la
Honorable Cámara de
Diputados de la Provincia de Buenos Aires por su destacada
labor en el área de
la Cultura.
• Es distinguida como una de las mujeres
destacadas de su distrito, por La Cámara
de Senadores de la Provincia de Buenos
Aires.
• La Municipalidad de
Malvinas Argentinas le otorga un reconocimiento especial por
«su invalorable
aporte a la cultura a través de la literatura y el teatro, enseñando con
su
vocación a querer y amar el arte»
Publicaciones:
LA CIUDAD AZUL, (cuentos)
Primera edición: 2001,
Ediciones Baobab
Reedición: 2004
UN YACARÉ EN APUROS (teatro), (2004) Ediciones Baobab
MISTERIOS DEL MUNDO PERDIDO (1) 2012 Editorial de los Cuatro Vientos
MISTERIOS DEL MUNDO PERDIDO (1) 2012 Formato digital (E-Pub); editorial Emooby
Publicaciones compartidas:
CÍDRCULO DE LOS POETAS, (1972)
GRUPO SIN FRONTERAS antología: Cáliz de Ensueños (1980)
ADEL, (Asociación de escritores y lectores de Gral.
Sarmiento) revista El Arcón (1992)
RENTREVISTASA El Candil (1996-2011)
6º TORRENTE NACIONAL DE CUENTOS 2000 (Antología)
AAIRES DE LIBERTAD, Madrid, España. (2005) (Antología) .
SIN EQUIPAJE, editorial Dunken. (2007) (Antología)
LLA VOZ DEL SILENCIO, Creadores Argentinos (2008) (Antología)
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Voz y Lienzo
Te conocí en el color
de tu nombre, Violeta
En aquellas violetas que te precedieron
Y en las violetas azules
Que desvelaron tu sueño
En la gota de rocío y el olor a pintura
En el lienzo antiguo y rústico
Y en tu paisaje violeta, Violeta.
Desde la Luz viniste y no entendías la guerra
(¿Quién la entiende?)
Fruto Violeta de la Parra
Fue violeta tu alma
No entendiste a los hombres
Que no entienden
El color violeta de tu nombre.
Poema del libro Redenciones 1992-2009
Autora. Stella Gallero
EL HUMANAR
Los gigantes –esqueléticos y pálidos- se alzan en fila al costado de la ruta.
En su perenne tarea de sostener luces y susurros, se les quedaron los brazos en alto para siempre.
Bajando la vista hacia la izquierda, se ven emerger de entre los árboles, las torpes cabezas de esos edificios cuadrados prensándose, apretujándose unos con otros. Ilusión de muchos, parida a fuerza de promesas de unos pocos. Hoy llenándose de críos y de ropa chorreando en los balcones oscuros. La mugre en sus paredes es una nota sorda mezclándose en el tono denso de lo que alguna vez pretendió ser pintura. Adentro están ellos. Seres. Pensantes y seudo-pensantes. Presos. Asfixiados. Vivos. Encerrados en cuevas de cemento y plástico. Vivos? Al menos, no del todo muertos.
Si veo al otro lado de la ruta, los ojos se me llenan de verde.
El alma vaga libre en la mirada.
Vuela sin vallas el pensamiento ebrio de oxígeno y de luz...
Miro hacia uno y otro lado: mugre y hacinamiento acá, espacio abierto, infinito, libre y verde allá. Y recuerdo las extensas llanuras inhabitadas que conocí en mi tierra. Recuerdo de imágenes subrayadas por los versos de Martino:
- ¡Ay de la libertad, cuánto misterio!*
(Grand Bourg, febrero 22 de l994)
(Por qué será, Poema de Alfredo Martino)
SAPUCAY
1937.
Guaviraví.
Provincia de Corrientes.
El sol caía a pleno sobre la
llanura de la estancia El Naranjal.
Con mis quince años (gurí nomás),
cabalgaba en mi zaino pico blanco cuando ahí, delante del caballo, entre el
pastizal, ví llamear el amarillo y negro
de la yarará. Por gusto, de puro guapo le insulté, deteniendo mi marcha. Dueño
de todo el poder que da la juventud, creyéndome quién sabe qué, como si nada ni
nadie pudiera vencerme jamás, le volví
a insultar a la vez que comencé a
castigarle con el arreador. Entonces fue que, dejando su postura
indiferente, la bicha empezó a
molestarse. Le seguí dando con el látigo y cuando la ví bien enroscadita y
enojada, con la cabeza erguida en el centro del círculo que formaba su cuerpo,
me bajé de mi montura. Yo le había desafiado y ella respondió. Yo era joven, me
sentía fuerte, poderoso... pero m’ hija... con el poder y la
fuerza de la inexperiencia se convierte uno en ciego que atropella por
atropellar, por demostrar su fuerza... y no ve a quién lleva por delante ni
hacia dónde va... Y así fue que, ufanándome de mi poder, enrosqué la sotera del
arreador por mi muñeca, y con el mango a manera de espada, empecé a vistear*
con la víbora que me seguía respondiendo al juego. Se enroscaba bien
apretadita, y apoyándose en la cola, saltaba
hacia mí -en el momento menos pensado- todo el largo de su horripilante
cuerpo bicolor. Así estábamos: yo con mi
espada y ella con su cuerpo erecto en
el aire. Yo atizándole, ella saltándome encima y yo haciéndome a un lado. Hasta
que sucedió lo que queríamos, (yo en mi
inconsciencia y ella en su miedo). En un descuido mío se me prendió del pulgar
derecho, mientras que con una espantosa velocidad trataba de enroscárseme en el
cuello, de donde pude quitármela tironeando con la mano izquierda. Pero aún la
tenía prendida de mi dedo: me había
atravesado la uña. La arranqué de un
seco y la arrojé hacia un lado. Me creció la bravura y le aplasté la cabeza. Una
y otra vez. Sabía lo que me esperaba, pero no quería morir.
En mis quince años de montaraz
existencia no le tenía miedo a nada ni a nadie. La selva te enseña a ser
fuerte. Y yo había aprendido. Pero no quería morir. Morir muere cualquiera. Lo
complicado es seguir viviendo, eso lo sé ahora. Se necesita coraje. Así que
apoyé mi pulgar herido de muerte sobre un poste del alambrado. Saqué el
cuchillo grande de mi cintura y sin pensarlo dos veces, lo levanté en el aire:
di un machetazo limpio y el dedo saltó. Saqué un tiento del vasto y me hice un
torniquete en la muñeca y otro más arriba del codo con el pañuelo que llevaba
en mi cuello. Después, con la chaira, perforé la cabeza del reptil y por el
agujero le pasé la sotera del arreador. Monté a caballo y arrastré la víbora
hasta la estancia. Cuando llegué, el capataz la midió: un metro y medio de
yarará con la cabeza deshecha yacía a los pies de mi zaino. Mi mano se había
hinchado tanto que no se distinguía separación entre los dedos, y era para
entonces una deformidad que se había vuelto del color negro y amarillo de mi
adversaria...
- Pero yo le gané- aclara
sonriente mientras toma un amargo a la sombra del paraíso en el patio de casa.
Hace muchos años que no vuelve a su patria chica, su Corrientes
natal. Eusevio Méndez se llama, aunque
en Grand Bourg, muchos desconocen su verdadero nombre. Y le bautizaron
con el de Sapucay. Hoy tiene setenta
años. Y me está alargando un mate con su mano incompleta...
Relatos del libro La Ciudad Azul
Autora: Stella Maris Gallero
(Grand
Bourg, noviembre de 1992)
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